No conocía a este autor y la poesía que se muestra más abajo se aleja de los moldes y de algunas normas y a mí me ha fascinado.
TREN
Estoy en la sala de espera de la estación de trenes. No me acuerdo del nombre del pueblo: cuatro casas y ocho fantasmas y una estación de servicio Shell muy luminosa, llena de bichos nocturnos y de camioneros que recorren esa parte del país llevando el producto de las cosechas, máquinas agrícolas, fertilizantes, agroquímicos, etcétera; donde los reciben perros que ellos alimentan y con los que hablan. Uno de los perros (el líder) tiene sarna (la luce como una condecoración) y, a veces, vuela montado en un balde. Ese perro, al que el encargado de la noche llama Diablo, supo defender la recaudación cuando tres pistoleros intentaron llevársela. No le importaron las armas de los tipos. Ladró y mordió. Y cuando los otros perros vieron que los hombres empezaban a perder se sumaron hasta que los ladrones rajaron. Anoche estuve tomando café y fumando con uno de los empleados de la estación de servicio. Por eso sé esta historia.
Pero ahora estoy en la estación de trenes. La llanura es la noche. Los camiones se hunden en los brazos de la oscuridad rumbo a destinos inexistentes mientras la noche dura. Yo camino, pateo colillas y cuento baldosas mientras se queman los cisnes del invierno. Pienso en los muertos que salen a beber por el pueblo con sus medallas de oro en el pescuezo. En el bar los reconocen y los atienden con especial cortesía.
Entre las colillas del suelo, encuentro un cigarrillo fumado hasta la mitad con el filtro manchado con lápiz de labios. Pienso en esa boca. Y en la dueña de esa boca. Podríamos estar juntos, ahora, fumando el mismo cigarrillo, en una pieza limpia, escuchando la radio.
Estoy solo. El tipo que vende los boletos se fue hace rato. No es la primera vez que espero un tren que no llega. Voy a ver si duermo un poco en ese banco.
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